martes. 19.03.2024

Paisajes de Jerez: Una breve mirada a través del tiempo

Jerez guarda bastantes secretos urbanísticos que vale la pena desvelar

Trascender los lugares de la ciudad, confrontando su presente con los momentos que le han dado sentido, resulta cuanto menos problemático. Ocultos hoy tras esa espectacularidad que todo lo envuelve, enclaves como el de Jerez guardan, no obstante, secretos urbanísticos que valdría la pena seguir desvelando, por no decir imaginando.

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Un ejercicio fantástico, a este respecto, consiste en indagar en esas estampas mágicas, muchas de ellas anteriores a la aparición de la fotografía, que muestran, no solo las diferentes fases morfológicas de la urbe, sino también las diferentes sensibilidades –canalizadas en estos casos a través de la mano del paisajista– que sobre ella se han ido proyectando a lo largo del tiempo.

A Jerez nunca llegó Canaletto, pero la ciudad sí que fue protagonista de algunas de las vedustas más deliciosas que pueden encontrarse por estas latitudes. Una de las más antiguas podría ser la que representa el Xerez medieval –el primer Jerez propiamente dicho, constituido bajo dominio almohade– en una de las coloridas miniaturas de las Cantigas de Santa María.

Más realistas son las impresionantes vistas en perspectiva del flamenco Georgius Hoefnagel (1565), incluida en el famoso Civitates orbis terrarum publicado por Braun y Hogenberg, o de Anton Van der Wyngaerde (1567), una panorámica más lejana de la ciudad que funciona como documento privilegiado para comprobar el desborde de la fortaleza medieval, momento en que además el estilo gótico comenzaba a perder peso frente al interés de la nobleza por habitar casas construidas «a la antigua». Una corriente, la renacentista, que penetraría rápidamente en parroquias y conventos de la mano de arquitectos como Martín de Gainza y Hernán Ruiz II, procedentes de Sevilla.

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Tras la renovación barroca animada a continuación por figuras como Antón Martín Calafate o Diego Moreno Meléndez, y también tras el terremoto de 1775, el crecimiento económico del siglo XVIII y la incipiente burguesía jerezana alcanzarían todo su esplendor ya en el XIX gracias a la producción y distribución vinícolas. El neoclasicismo de José de Vargas, significativo en este contexto, se intuye tan solo parcialmente tras los perfiles grabados por el romántico David Roberts (1835), de entre los que destaca una vista desde el Alcázar enmarcada por una escena costumbrista con monjes, así como en la magnífica composición, mucho más general, de Luis Tasso, también de la primera mitad del siglo XIX. De estos momentos son igualmente los cautivadores dibujos del parisino Nicolas Chapuy.

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Todos ellos, observadores inevitablemente contemporáneos, esbozan perfiles históricos de Jerez que ayudan a comprender el crecimiento de la ciudad. Para estos artistas y viajeros no se trató simplemente de situar ciertos lugares sobre un plano, sino de registrar la vida que acontecía entre gentes y construcciones. Como si las transformaciones arquitectónicas y las tonalidades con que son representadas revelaran los impulsos de un ser que siente y padece.

En la actualidad, tras más de un siglo de eclecticismo estilístico, de revolucionarios avances tecnológicos y de drásticos cambios arquitectónicos, lo importante, curiosamente, continúa siendo no quedarse en la mera captación de la imagen, sino interpretar la ciudad que queda inmortalizada en ella, confrontarla con sus estados anteriores, seguir experimentándola.

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